jueves, 10 de diciembre de 2009

EL COLOQUIO MARAVILLADO, NERUDA

PELLEAS Y MELISANDA

MELISANDA

Su cuerpo es una hostia fina, mínima y leve.
Tiene azules los ojos y las manos de nieve.

En el parque los árboles parecen congelados,
los pájaros en ellos se detienen cansados.

Sus trenzas rubias tocan el agua dulcemente
como dos brazos de oro brotados de la fuente.

Zumba el vuelo perdido de las lechuzas ciegas.
Melisanda se pone de rodillas —y ruega.

Los árboles se inclinan hasta tocar su frente.
Los pájaros se alejan en la tarde doliente.

Melisanda, la dulce, llora junto a la fuente.

EL ENCANTAMIENTO


Melisanda, la dulce, se ha extraviado de ruta,
Pelleas, lirio azul de un jardín imperial,
se la lleva en los brazos, como un cesto de fruta.

Pelleas.

Iba yo por la senda, tú venías por ella,
mi amor cayó en tus brazos, tu amor tembló en los míos.
Desde entonces mi cielo de noche tuvo estrellas
y para recogerlas se hizo tu vida un río.
Para ti cada roca que tocarán mis manos
ha de ser manantial, aroma, fruta y flor.

Melisanda.
Para ti cada espiga debe apretar su grano
y en cada espiga debe desgranarse mi amor.

Pelleas
Me impedirás, en cambio, que yo mire la senda
cuando llegue la muerte para dejarla trunca.

Melisanda.
Te cubrirán mis ojos como una doble venda.

Pelleas.
Me hablarás de un camino que no termine nunca.
La música que escondo para encantarte huye
lejos de la canción que borbota y resalta;
como una vía láctea mi pecho fluye.

Melisanda.
En tus brazos se enredan las estrellas más altas.
Tengo miedo. Perdóname por no haber llegado antes.

Pelleas
Una sonrisa tuya borra todo un pasado;
guardan tus labios dulces lo que ya está distante.

Melisanda.
En un beso sabrás todo lo que he callado.

Pelleas.
Tal vez no sepa entonces conocer tu caricia,
porque en las venas mías tu ser se habrá confundido.

Melisanda
Cuando yo muerda un fruto tú sabrás su delicia.

Pelleas.
Cuando cierres los ojos me quedaré dormido.

LA CABELLERA

Pesada, espesa y rumorosa,
en la ventana del castillo
la cabellera de la Amada
es un lampadario amarillo.

—Tus manos blancas en mi boca.
—Mi frente en tu frente lunada.
Pelleas, ebrio, tambalea
bajo la selva perfumada.

Melisanda, un lebrel aúlla
por los caminos de la aldea.
—Siempre que aúllan los lebreles
me muero de espanto, Pelleas.

Melisanda, un corcel galopa
cerca del bosque de laureles.
—Tiemblo, Pelleas, en la noche
cuando galopan los corceles.

Pelleas, alguien me ha tocado
la sien cona mano fina.

—Sería un beso de tu amado
o el ala de una golondtina.

En la ventana del castillo
en un lampadario amarillo
la milagrosa cabellera.

Ebrio, Pelleas, enloquece,
su corazón también quisiera
ser una boca que la bese.

LA MUERTE DE MELISANDA


A la sombra de los laures
Melisanda se está muriendo.

Se morirá su cuerpo leve.
Enterrarán su dulce cuerpo.

Juntarán sus manos de nieve.
Dejarán sus ojos abiertos

para que alumbren a Pelleas
hasta después que se haya muerto.

A la sombra de los laureles
Melisanda muere en silencio.

Por ella llorará la fuente
un llanto trémulo y eterno.

Por ella orarán los cipreses
arrodillados bajo el viento.

Habrá galope de corceles,
lunarios ladridos de perros.

A la sombra de los laureles
Melisanda se está muriendo.

Por ella el sol en el castillo
se apagará como un enfermo.

Por ella morirá Pelleas
cuando la lleven al entierro.

Por ella vagará de noche,
moribundo por los senderos.

Por ella pisará las rosas,
perseguirá las mariposas
y dormirá en los cementerios.

Por ella, por ella, por ella Pelleas, el príncipe, ha muerto.

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